miércoles, 31 de agosto de 2016

Una última vuelta en calesita


Corría el año 2002, Magdalena Edith Torres tenía 22 años y un montón de sueños por cumplir, ese día se sentía nerviosa y feliz a la vez. La reunión familiar que se iba a dar en su casa se prestaba para que ella presentara a su novio Nahuel, a sus padres y hermanos en su casa del barrio platense de Altos de San Lorenzo. Todos se mostraban felices, salvo un primo que estuvo toda la noche muy serio y callado. Su nombre era Miguel Torres Alonso, de 21 años.
Miguel llevaba dos años viviendo con sus tíos. Había llegado a La Plata de su Santiago del Estero natal con la idea de estudiar y trabajar. Eso, al menos, fue lo que dijo. Aunque después, en medio del juicio oral, contaría que en rigor se había enamorado de su prima Magdalena y soñaba formar una familia con ella. Cabe destacar en este punto que ellos ya habían mantenido una relación, que siempre fue un secreto de adolescentes. Los padres y hermanos no lo sabían y para Magdalena era historia pasada, una travesura que recordaba con alguna simpatía.
El sábado 19 de enero. Magdalena se levantó a las 8.30 y salió de su casa. Le dijo a la mamá, Ramona, que quería comprarse un jean para estrenar esa noche en una salida con Nahuel. La madre le dio un billete de cien pesos y le dijo que cuando ella regresara de trabajar, iban a almorzar juntas.
Miguel, esa mañana, se levantó muy temprano, como siempre. A las 6 partió en bicicleta al Paseo del Bosque, donde cuidaba los botes del lago y la calesita El Duende Poppy que estaba justo atrás del estadio de Estudiantes.
En el camino se acordó cuando con Magdalena iban juntos en bicicleta a la Escuela Media  N° 3, donde cursaban el secundario nocturno. También recordó las veces que se habían jurado amor eterno y, ahora, todo era distinto. Ella tenía novio y no quería saber nada con él, aunque él insistía en seguir con aquella relación que lo había marcado a fuego para siempre.
El sábado 19 de enero. Magdalena se levantó a las 8.30 y salió de su casa. Le dijo a la mamá, Ramona, que quería comprarse un jean para estrenar esa noche en una salida con Nahuel. La madre le dio un billete de cien pesos y le dijo que cuando ella regresara de trabajar, iban a almorzar juntas.
Miguel, esa mañana, se levantó muy temprano, como siempre. A las 6 partió en bicicleta al Paseo del Bosque, donde cuidaba los botes del lago y la calesita El Duende Poppy que estaba justo atrás del estadio de Estudiantes.
En el camino se acordó cuando con Magdalena iban juntos en bicicleta a la Escuela Media  N° 3, donde cursaban el secundario nocturno. También recordó las veces que se habían jurado amor eterno y, ahora, todo era distinto. Ella tenía novio y no quería saber nada con él, aunque él insistía en seguir con aquella relación que lo había marcado a fuego para siempre.
Miguel llevó a Magdalena a la calesita. Abrió la puerta donde está el motor del carrusel y entró. En el centro de la calesita se forma una especie de habitáculo, de menos de dos metros de diámetro, que es usado para guardar herramientas. La joven también ingresó, o bien fue obligada a entrar.
El joven, en el juicio oral, confesó que ella le dijo que no quería seguir más, y que incluso lo insultó. Miguel sólo dijo recordar el momento en el que tomó un hierro y le aplicó varios golpes en la cabeza.
Antes de terminar con la macabra faena, robó los cien pesos que la chica llevaba en un bolsillo para comprarse el jean. Usaría esa plata para comprar el pasaje del colectivo.
Ramona, la mamá, tenía un mal presentimiento. Su hija jamás se iba tanto tiempo sin avisar. Y más se asustó cuando, sorpresivamente, apareció Miguel y le dijo: "Tía me voy a Santiago del Estero". Ese sábado y el domingo siguiente, el muchacho llamaría en varias oportunidades a su tía para preguntar si sabían algo de Magdalena. Para entonces, los padres ya habían radicado una denuncia por averiguación de paradero en la comisaría 5ª de La Plata.
Pero había otra persona sorprendida. Era el dueño de la concesión de la calesita, quien para entonces se encontraba en la costa bonaerense, donde administraba un pequeño parque de juegos.
Miguel, que había sido tan buen empleado, le había avisado repentinamente que se marchaba. El comerciante regresaría a La Plata recién a fin de mes, diez días después de la desaparición de Magdalena.
El dueño de la calesita fue quien abrió el habitáculo del motor y se sorprendió al ver tierra removida y unas frazadas con manchas que parecían de sangre. Pero lo que más lo preocupaba era el olor nauseabundo que salía del lugar. Con otro empleado, tomó una pala y movió la tierra. En la segunda palada, vio los dedos de una mano. 
En el juicio, el Tribunal Oral Nº 1 de La Plata, integrado por los jueces Guillermo Labombarda, Samuel Saraví Paz y Patricia de la Serna, entendió que Miguel había cometido un homicidio calificado por alevosía, y lo condenó a prisión perpetua, quizás su última vuelta en calesita.


Magdalena apareció, como lo había hecho otras veces, en el Paseo del Bosque. Pero esta vez no era para visitar a su primo-novio, sino para decirle basta, que todo había terminado, la dulce y tierna historia de aquel amor ya no era más que eso, una simple historia pasada.

Un testigo, que estaba en los botes de alquiler, le contaría luego al fiscal que vio a la pareja caminando en la orilla del lago.

De todas maneras, él ya lo tenía planeado: según los peritajes que se hicieron, cuando la chica entró al habitáculo, el muchacho ya había cavado una fosa profunda en ese lugar cerrado. "Si no era mía, no era de nadie", comentaría tiempo después.

Miguel, luego de desmayar a Magdalena con los golpes, tomó una cuchilla y le cortó el cuello cuando aún estaba con vida. Le seccionó la cabeza, los brazos y las piernas y después arrojó los restos en la fosa, la que tapó prolijamente con tierra.

El ensañamiento: fue descuartizada en vida.

El informe de la autopsia reveló que Magdalena Torres fue descuartizada en vida, lo que demostraría el ensañamiento del homicida.

La fiscalía dio por acreditado que Torres Alonso golpeó a su prima, y cuando la tuvo desmayada, le seccionó el cuerpo y lo ocultó debajo de la calesita.

Los investigadores también tuvieron en cuenta que el imputado sería un experto despostador de chivos y ovejas.

El joven conocería muy bien estas tareas de campo ya que las realizaba en Santiago del Estero, su provincia natal.

Se sospecha que el acusado trasladó la técnica usada con los animales al cuerpo de su prima.

Al parecer, en el campo primero se secciona la cabeza del animal, se coloca en la tierra para que desangre, luego se cortan las patas y finalmente el resto del cuerpo.

La misma metodología habría sido aplicada al aberrante crimen. El cuerpo de Magdalena fue enterrado en un pozo que el asesino cavó en el interior de la calesita. Primero fue depositada la cabeza. Lo último fueron los brazos y las piernas.

Asimismo, la alevosía en el homicidio estaría dada por los tres mazazos en la cabeza que fueron aplicados a la víctima y en particular, la tarea de descuartizamiento realizada cuando la chica todavía respiraba.

Casi tres años después del brutal asesinato, Torres Alonso se cruzó cara a cara con los padres de Magdalena. Frente a sus tíos, contó cómo se había iniciado esa relación que terminó en muerte y horror.


miércoles, 24 de agosto de 2016

Las empanadas del griego

El caso del griego que asesinó y trozó a su cuñado apareció en primera plana de los diarios de enero de 1963. Ocurrió en La Plata y conmocionó a todo el país. Muchos recuerdan que el entonces dueño del bar “El Partenón” hizo empanadas con la carne del cadáver. Y las puso supuestamente a la venta.
A principios de los años ‘60 era impensado un crimen semejante. Se vivía en una sociedad que no padecía la violencia inusitada desde los medios, donde las películas más exitosas del momento eran las de Mirtha Legrand, que lo más que hacían eran darse besos en la mejilla. Además en La Plata, la gente vivía tranquila: Era la época en que se dejaba la puerta sin llave y no había tantos robos y homicidios. El caso que se dio en llamar “descuartizamiento del griego Harjalich” impactó de sobremanera.

Nadie se podía imaginar un acto con semejante despliegue de violencia. Las crónicas de la época señalan que las primeras noticias que se tuvieron fueron por boca de Juan Giorgia, griego, de 69 años, soltero, con domicilio sobre la avenida Colón, que une La Plata con Ensenada, a la altura de la columna 48. El griego Juan Giorgia se presentó el 18 de enero de 1963 ante las autoridades de la subcomisaria El Dique, para denunciar que su compadre Juan Harjalich, había aparecido en dos oportunidades por su casa llevando en una valija restos humanos. Al ampliar la exposición, Giorgia expresó que “el jueves alrededor de las 16 recibió la visita de su compadre Juan Harjalich -de su misma nacionalidad y de 40 años-, afincado en la calle 1 nro. 710, quien llevaba una valija, un bolsón y un colchón pidiéndole que le guardara todo eso por unos días, hasta que pasaría a retirarlos”. Harjalich recién volvería a la casa de Giorgia momentos antes de la medianoche del mismo día. Fue entonces cuando su compadre hizo una espeluznante revelación: le dijo que en la valija se hallaban los restos de su cuñado Andrés Suculea de 32 años, a los que iba a incinerar.

Sin reponerse del shock emocional que le provocó la confesión de Harjalich, Giorgia se negó rotundamente a convertirse en un cómplice. Su compadre lo amenazó de muerte con un revólver para obtener su silencio al mismo tiempo que le exigió colaboración para hacer desaparecer el cadáver. La discusión duró algunos minutos, hasta que Harjalich comprendió que lo mejor era tomar las valijas y marcharse. Y así lo hizo, hasta perderse en la oscuridad de la noche. A las pocas horas, reapareció en su casa y le pidió a Giorgia que silenciara todo lo que conocía. Y para darle seguridad, le dijo que había hecho “todo a la perfección” y le aconsejó que se fuera a descansar.
Harjalich prendió un fuego fuera de la vivienda. Explicó que era “para quemar las ropas ensangrentadas”. Luego se retiró utilizando uno de los micros de la línea 273. El viernes por la mañana cerca de las 10, siguió diciendo Giorgia en su declaración en sede policial, volvió su compadre trayendo algunas prendas de vestir con el fin de obsequiárselas, guardando él por su parte, un marcado silencio al interpretar que las ropas podrían haber pertenecido al muerto.
Asimismo, Harjalich llevó carnes y otros alimentos, que luego de cocinarlos ingirió dando muestras de singular apetito. En cambio, y pese a la invitación de su visitante para que compartiera la comida, el dueño de casa, se abstuvo de hacerlo. Finalmente Harjalich se retiró anunciándole que volvería a la noche.

Giorgia resolvió concurrir a la dependencia policial más próxima y denunciar el espeluznante caso. Eran alrededor de las 14 del 18 de enero de 1963. Mientras una comisión se dirigió al centro, donde se hizo efectiva la captura del acusado, en su local, de la calle 1 nº 710, otra concurrió a la vivienda de Giorgia donde se secuestró el colchón ensangrentado, varias prendas y trozos de cuerdas.

La descripción de Giorgia del lugar adónde se dirigió Harjalich con la valija la primera noche que apareció por su domicilio camino a Punta Lara, orientó a los efectivos policiales en la búsqueda de los restos óseos del cuñado. Efectuaron una minuciosa inspección de la zona, internándose varios de ellos en un terreno situado frente a la finca de Giorgia, en ese momento inundado y cubierto de paja brava y otras malezas, de donde extrajeron restos humanos diseminados por distintos sitios. Los efectivos debieron realizar otro rastreo en la desembocadura de la cloaca maestra de la ciudad, a la altura de la prolongación de la calle 66, sobra la zona del río. En este lugar, Harjalich admitió haber arrojado las partes blandas del cuerpo de su cuñado, como así también las manos pertenecientes al muerto. De acuerdo a su declaración, de que Suculea se había suicidado, era primordial para los investigadores el hallazgo de los huesos del cráneo pero también, al faltar las manos y aunque las encontraran seguramente no tendrían las huellas debido a que fueron descarnadas, la identificación era una de las tareas más difíciles. El hallazgo de la parte izquierda del maxilar superior, por haberse obtenido el valioso dato de que en esta región de su dentadura Suculea se había hecho practicar el tallado de un canino para la colocación de una prótesis, fue fundamental para comprobar la identidad.
Lo que nunca se halló fue la parte superior del cráneo, lo que hubiese sido clave para determinar las causales de la muerte. Es que Harjalich, al ser detenido, dijo que su cuñado se había suicidado. Que se había matado de un tiro cerca de las 8.30 de la mañana en la que su mujer y su sobrina se habían ido a visitar a unos amigos. Que él, al no saber qué hacer, había decidido ocultar el cuerpo, pero no lo había matado.

No le creyeron, porque en la casa encontraron un revólver calibre 38, que el griego dijo desconocer, pero que tenía estampado el sello de la Policía Bonaerense y que, tras una breve investigación, dieron con quien había sido el dueño: un agente que confesó que se la había vendido a Harjalich.

El juez Rodríguez Lagares no le creyó nada al griego. Y lo mandó a la cárcel de Olmos, donde moriría un par de años después. Lo que sí encontraron en la casa del crimen fue un cuaderno, donde la víctima escribía sus sentimientos. En ese libro, aparecía una mención al griego: "Temo que pierda la tranquilidad en mi casa. Mi cuñado, el miserable inmundo, pretende hacer de las suyas". Pero también había otra frase, escrita dos días antes de la muerte, que decía lo siguiente: "cuando pienso que estuvo la felicidad en mis manos, me dan ganas de morir" ¿homicidio o suicidio? Nunca se sabrá.


La versión de Harjalich

El miércoles 16 de enero de 1963, aproximadamente a las 8.30, Harjalich dijo haber escuchado un disparo de arma de fuego proveniente de la habitación que ocupaba su cuñado. De inmediato -expresó- fue al lugar y observó que Andrés Suculea se hallaba muerto. A partir de ese instante, y en ausencia de su esposa y su sobrina, el dueño de casa concibió la idea de hacer desaparecer el cadáver de su cuñado. El griego concurrió a almorzar a la casa donde estaban su esposa de visita y sobrina, “sin dejar traslucir en su ánimo, actitudes ni palabras, la suerte corrida por Suculea”. Al término de la comida, retornó a su domicilio de la calle 1 y 46, donde durante varias horas se dedicó a la macabra tarea de descuartizar el cuerpo de su cuñado, antes de lo cual le sacó, mediante un cuchillo, las partes blandas del cuerpo. Luego colocó los restos óseos en una valija y efectuó una limpieza a fondo y al día siguiente se dirigió hasta la vivienda de su compadre Juan Giorgia.
La hipótesis fue poco consistente. Nadie escuchó el disparo del revólver con que la víctima habría puesto fin a su existencia. Harjalich fue quien limpió el arma supuestamente empleada por su cuñado y le cambió las cápsulas, y fue él quien hizo desaparecer el trozo de cráneo en que el balazo debió producir un orificio

La esquina del horror

Todavía muchos platenses recuerdan aquella esquina donde hace 41 años “El Griego” Harjalich servía a los parroquianos un par de ginebras “Cubana” o “W” -bebida espirituosa-, pero más se tiene en la memoria que una vez se dijo que las empanadas humeantes sobre el mostrador del bar “El Partenón” estaban hechas con las carne del cuñado muerto. Empanadas se vendieron siempre, pero algún miembro de la colectividad helénica que aún recuerda el hecho y lo repudia, afirmó oportunamente que descreía de cómo lo contaron los diarios a los que acusó de “agrandar todo” porque “no fue tan así”. Los diarios locales en sus primeras planas anunciaron el sangriento episodio con un título que ocupó todo el ancho de la sábana. Algunos que todavía piensan que Elefteria -la esposa de Harjalich-, debió haber estado presente en la casa el día que murió Andrés, su hermano, también siguen arriesgando que “seguramente hubo una pelea” y que “resultó muerto por su marido”. Fueron muchas las versiones que se tejieron en torno a este misterioso caso. Hasta se llegó a decir que el homicida improvisó un puesto nada menos que frente a la estación de trenes, donde puso a la venta y agotó las empanadas de carne humana.

Una macabra coincidencia

“Horripilante crimen: un hombre dio muerte a su cuñado, descarnó y descuartizó el cadáver” fue uno de los titulares que ocupó nueve columnas de la página sábana de El Argentino de aquel momento en nuestra ciudad. Desde el 19 hasta el 29 de enero cuando anunciaron el traslado del detenido a Olmos donde murió dos años después, la prensa local siguió paso a paso cada detalle de la investigación del hecho. Pero en la misma página, ajeno al drama que conmovió a La Plata un odontólogo anunciaba sus honorarios de atención en la Guía de Profesionales. Era Ricardo Barreda.


El aviso en el diario El Argentino
                                                       
Fuente: Diario Hoy (La Plata)







jueves, 18 de agosto de 2016

Yo canibal (el Hannibal de Daireaux)


Un frío domingo más en la tranquila ciudad bonaerense de Daireaux. Corría el 29 de junio de 2008, en Viena, Austria, se disputaba la final de la Eurocopa que España le ganaría a Alemania, el Vaticano celebra el día de San Pedro y San Pablo. Un frío domingo de invierno que no pasaría desapercibido en la mencionada localidad de la provincia de Buenos Aires.
A poco más de 400 km de la Capital Federal, la ciudad de Daireaux sería testigo de uno de los crímenes más espeluznantes de la rica historia policial argentina, esa historia que no deja de sorprendernos.
En esta tranquila ciudad vivía Raúl Piñel, un trabajador del campo de 57 años. Raúl era un hombre solitario, sólo lo frecuentaban algunos vecinos. Su mujer y sus cinco hijos lo habían abandonado cansados de los maltratos y golpizas según las crónicas del momento.
Uno de sus hijos, llamado Raúl Ernesto Piñel Donato, sería protagonista principal en la vida de su padre poniendo fin a su vida. Hasta aquí estaríamos hablando de un parricidio más en la historia de no ser por lo macabros detalles que adornan esta crónica.
Raúl Piñel hijo nació el 13 de julio de 1975, en aquel momento (junio de 2008) purgaba en el penal de Urdampilleta una condena por robo calificado hasta que fue beneficiado con algunas salidas transitorias.
El viernes 27 de junio, Raúl Piñel hijo salió del penal y se dirigió a la casa de su padre, con quien aparentemente volvía a tener relación, pero esta visita no sería de las más amistosas. El domingo 29 un vecino pasó a saludar a don Piñel como la hacía habitualmente, el que abrió la puerta fue su hijo.
El vecino no pudo disimular el estupor y el horror en su rostro cuando entre la puerta y Raúl hijo pudo ver muchísimas manchas de sangre en las paredes y en el piso. Urgente se dirigió a la comisaría local y dio aviso a las autoridades.
Una brigada se apersonó en el domicilio de Piñel en la calle Antártida Argentina entre Moreno y Saavedra, lo que encontraron es digno de una película de terror gore.
Los efectivos golpearon la puerta, Piñel les abrió y sus manos ensangrentadas lo delataron, los dejo pasar sin decir nada, había sangre en el piso y las paredes, cuando llegaron a la cocina algunos de los policías tuvieron que salir a vomitar, en el piso habían encontrado desparramados restos de algunas vísceras, un pedazo de columna vertebral y los demás restos se estaban calcinando en una salamandra que había en la vivienda.
Los policías le preguntaron a Raúl donde estaba su padre, él, entre risas contesto “ahora lo tengo bien adentro”.
Recién entendieron la desafortunada frase de Piñel cuando vieron el macabro contenido que había dentro de una olla, en ese momento se dieron cuenta que enfrente tenían a un caníbal.
Las crónicas de aquella época daban cuenta de que el “Hannibal de Daireaux”, como la prensa lo había bautizado, había cocinado el corazón y los riñones de su padre en una espesa salsa compuesta de aceite, vinagre, cebollas y ajo, para luego almorzar las vísceras de su progenitor con una trozo de pan, que había quedado tirado al lado de la olla.
Los efectivos que arrestaron a Piñel dicen que cuando salía esposado del domicilio donde ocurrió la masacre, el asesino repetía una y otra vez “me las pagaste todas juntas” con una terrible carga de odio y resentimiento en sus dichos.
Los pocos restos que quedaron del cadáver no sirvieron para poder realizar una autopsia. La policía científica si pudo corroborar que los restos que se encontraban en la cacerola eran un corazón y riñones humanos, los cuales no estaban completos, por lo que se da por hecho que parte fue ingerida por el asesino.
Las investigaciones en primera instancia giraron alrededor de la hipótesis de un crimen ritual vinculado a alguna secta, lo cual fue descartado al no poder probarse.
Piñel confesó haber asesinado a su padre el sábado por la noche luego de una discusión que ambos tuvieron. La policía secuestro un cuchillo tramontina en la escena del crimen con el que se cree se cometió el asesinato. También fue secuestrada una pala ensangrentada la cual pudo haberse utilizado para mutilar las partes del cadáver que luego fueron quemadas en la salamandra.
La única hipótesis firme sobre el móvil del crimen es el odio radicado en el violente pasado de Raúl Piñel padre para con su hijo.
Piñel fue declarado inimputable luego de haber sido sometido a pericias psiquiátricas y psicológicas que derivaron en que el susodicho es un enfermo mental, un psicótico que no comprendió la criminalidad de sus actos. 
Dichas pericias también arrojaron que Piñel era peligroso para sí y para terceros por lo que se decidió alojarlo en el neuropsiquiátrico que funciona en la Unidad 34 del Servicio Penitenciario Bonaerense, en la cárcel de Melchor Romero, en el partido de La Plata.
Según el expediente, al que Archivos Policiales pudo acceder, Piñel fue sobreseído definitivamente en la causa el 11 de febrero de 2011 y está bajo la tutela de un Juzgado de Ejecución Penal de la localidad de Trenque Lauquen.

Allí en la unidad 34 pasa sus días quien fuera apodado el “Hannibal de Daireaux”, sin que nadie lo visite, sin esperar nada de nadie, solo esperando la muerte, la única que puede indultar el alma de un caníbal que un día asesino y se comió a su padre.


Ese no es mi cuerpo

La última vez que se supo de ella fue el 29 de mayo de 1962. Había salido de su clase particular de inglés para volver a su casa, en Flores...