domingo, 10 de febrero de 2013

La misteriosa desaparición de la familia Gill



Una halo de misterio sobrevuela el centro rural de Entre Ríos desde principios de los años 2000, a partir de la desaparición de un matrimonio y sus cuatro pequeños hijos, de los que se ha perdido todo rastro. Más de diez años. Pasó una década desde que los vieron por última vez en un pueblo cercano al que habitaban. Nada más se sabe desde aquel 13 de enero de 2002.

La historia criminal de Entre Ríos no registra antecedentes de la desaparición de una familia completa –ni siquiera durante la dictadura–. Es la historia de una familia desaparecida en 2002 y vuelta a desaparecer todos los días. José Rubén Gill, Norma Margarita Gallegos y sus cuatro hijos: María Ofelia de 12 años, Osvaldo José de 9, Sofía Margarita, de 6 y Carlos Daniel, de 4. Desaparecieron un día sin dejar rastros. Desde entonces todo es misterio. También inacción y falta de compromiso, desprolijidad en la investigación y negligencia por parte de las autoridades competentes.

Los Gill vivían en Crucesitas Séptima. Apenas un punto minúsculo en el mapa. Una localidad de población rural dispersa en un número indefinido. Todos conocían a ese hombre que llevaba 14 años trabajando para el irascible propietario de una gran estancia. Ahí estaba cuando conoció a quien sería la madre de sus cuatro hijos. Él de 56. Ella de 26. Entre cabalgatas o carreteos en sulky, entre maizales u otros sembradíos, todos comentaban hasta esas historias no comprobadas que corren rápido como todo chisme en los pueblos. Pueblo chico, infierno grande.

El 12 de enero fue el último día que los vecinos los vieron por la zona. Al día siguiente estuvieron los seis en un velatorio en Viale, un pueblo a veinte kilómetros de Crucesitas Séptima. El resto es misterio. Sus parientes se enteraron de la desaparición recién después de tres meses. En la casa nada hacía presumir que se hubieran marchado, todo estaba tal cual lo habían dejado, ropa, pertenencias y hasta objetos de valor.

Miles de conjeturas se tejieron acerca de este gran misterio, hasta corrieron comentarios de que estarían trabajando en otra provincia.

Se habló también de problemas familiares y de peleas con el dueño de la estancia, hecho este que lo convirtió en principal sospechcoso.

José Rubén Mencho Gill era peón en el establecimiento rural La Candelaria, propiedad de Alfonso Goette. La esposa, Norma Margarita Gallegos, trabajaba en el campo y cocinaba en una escuela. Con su desaparición dejó sueldos sin cobrar y en la casa quedaron muebles, electrodomésticos y documentos. Eso alimentó el misterio.

Fue el propio Goette quien dio a entender, meses después de la desaparición de la familia, que podrían estar con parientes de Santa Fe, o haber viajado en busca de otro empleo en el nordeste. Eso demoró la búsqueda, y la causa estuvo caratulada por años como una simple averiguación de paradero.

Si bien desde el principio hubo sospechas contra el dueño de la estancia, por algún problema laboral con su peón, nunca se logró reunir ningún elemento que comprometa la situación del ruralista. A pesar de ello, las investigaciones continuaron y antes de que termine 2008 se inició un minucioso rastrillaje en el campo en que trabajaba y vivía la familia. Esa tarea se prolongó hasta mediados del año siguiente y aunque aparecieron algunas evidencias –como fauna cadavérica, rastros de sangre y pelos–, nada se pudo establecer que permitiera dar con los Gill. Ni vivos ni muertos.

Se habló de que podrían estar en Santa Fe, Córdoba, Corrientes, Chaco. También en Brasil y Paraguay. Una luz se encendió hace dos años, cuando José Rubén Gill y sus cuatro hijos aparecieron en los padrones de beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo. Pero enseguida se adujo que se trataba de “un error del sistema”.

El juez de Instrucción de Nogoyá, Jorge Sebastián Gallino, en cuyo despacho está la causa, se encuentra desorientado. “No hay pruebas firmes, ni testimonio, ni hemos encontrado nada que nos diga que están muertos. Nunca en mi carrera había estado abocado a un caso tan extraño”, ha dicho en más de una ocasión.

La suerte de la familia de Gill no forma parte de la agenda de prioridades de las autoridades públicas. No hay alusiones al caso en los discursos oficiales, no circulan fotos de los desaparecidos ni pareciera haber mayores instrucciones a las comisarías. La familia reclamó durante mucho tiempo, en vano, que se imponga alguna recompensa para quien aporte datos sobre el destino de los seis desaparecidos.

Pero el tiempo fue pasando sin novedades para los familiares de los Gill-Gallegos, y hoy las hipótesis apuntan en dirección a lo peor. “La familia cree que sería justo y muy conveniente que el Estado ofreciera una recompensa para que aquellos que posean datos de interés se vean motivados a aportarlos a la causa”, dijo el abogado Guillermo Vartorelli, que representa a los hermanos del desaparecido Mencho Gill. Sin embargo, la presunción de vida no se pierde. “Por otra parte, estimamos que sería una buena idea implementar material de difusión para entregar a la gente que viaja de vacaciones, porque no podemos descartar que estén vivos”, acotó el letrado.

El resultado de tanto desinterés es conocido: a 11 años de la desaparición de una familia completa, no hay un sólo dato que permita conocer qué pudo pasar con ellos.

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